Federación de Servicios a la Ciudadanía de CCOO | 24 abril 2024.

PERSPECTIVA Nº24

Fukuyama se equivocó

    El fin de la historia tenían un reverso tenebroso: la prohibición tácita de imaginar mundos mejores. Para el realismo capitalista el futuro es resignación perpetua porque, según la narrativa de la clase dominante, todo se reduce a que el mundo no se puede organizar de otra manera, es decir, que la desigualdad, la precariedad, la pobreza (y la explotación que las genera), no tienen alternativas.

    27/06/2022. Marga Ferré, co-presidenta de transform Europe!
    libros banco gratuito

    libros banco gratuito

    No es verdad y lo saben: Fukuyama se equivocó. Sirvan estas líneas para defender el carácter performativo de la política y para sumarnos a esa tendencia académica y política que desde distintos campos está desafiando esa orden, ese mandato de no imaginar formas distintas de organización humanas al capitalismo, reviviendo y reverdeciendo la rebeldía.

    A gritos lanzan su SOS los ineludibles desafíos de nuestro tiempo: la pandemia y lo que ha significado, el cambio climático implacable, el feminismo y sus millones de voces, un cambio tecnológico que ha de ser embridado y una paz que ha de ser construida. Un mundo que se sabe enfermo y que tiene la capacidad y la voluntad de ser distinto y que es cada vez más consciente de que la precariedad, la desigualdad, la pobreza y la explotación son evitables si la premisa de la que partimos no es el conformismo, ni la resignación y mucho menos la famosa resiliencia (resistir la presión para recobrar la forma original).

    Más allá del Estado de Bienestar

    Los planteamientos de un nuevo keynesianismo que los gobiernos han implementado por la pandemia dieron por semi muertas las políticas de austeridad dando pasos con políticas de gasto, es decir de redistribución de riqueza. Pero el neokeynesianismo tiene enormes límites (las condiciones en que se dio el original no tienen nada que ver con las actuales) y quizá sea el tiempo de la innovación en las políticas públicas, de romper los moldes y aceptar la idea, inaceptable para las élites, de que toca disputar las formas de propiedad privada y apropiación de lo público que el neoliberalismo impuso en las décadas anteriores.

    Ir más allá del Estado de bienestar, del estado protector y avanzar a un estado social que promueva no solo redistribución de la riqueza producida, sino producirla a través otras formas de propiedad: es la idea que retomamos desde la ecología política, de la teoría de los Bienes Comunes, es decir, que la salud, la educación, pero también el agua, la energía, la vivienda o la tecnología y el conocimiento… se conciban como bienes comunes que nos retan a gestionarlos de forma democrática y participativa.

    Una democracia política y social sin una democracia económica es una contradicción que prosperó sólo en las condiciones específicas del modo de producción fordista, un régimen de acumulación, una forma de regulación y un compromiso de clases. A medio plazo, la democracia social no es posible sin democracia económica y, además, es inevitable: la catástrofe climática lleva, irremediablemente, a un cambio de rumbo en la forma de producir y consumir en el mundo y es evidente que esta transformación socio ecológica no la va a hacer el libre mercado, al contrario, solo puede hacerse desde la intervención pública o democrática en la toma de decisiones económicas y desde el impulso innovador de las políticas públicas.

    Necesitamos repesar propuestas como esta porque incluso desde la OCDE se alerta de un cambio profundo en la economía y en el trabajo, hablando de una doble transformación: la tendencia hacia un el capitalismo verde y el capitalismo digital que nos obligan a repensar el mundo en una perspectiva de trasformación que, desde nuestro punto de vista, ha de ser tan interseccional como la clase trabajadora del siglo XXI, es decir, feminista, ecologista y de clase.

    No son tiempos para ser conservadores (en el sentido literario, no político) por la velocidad con las que los cambios se imponen. La concentración de capital se acelera, reforzando el poder oligopólico de grandes corporaciones especialmente en la economía de plataformas, que nos retan a actuar en favor de una democratización de los procesos de toma de decisiones económicos. En esta tarea las pequeñas y medianas empresas, que son uno de los grandes perdedores de esa crisis y se ven afectadas seriamente por la concentración de capital, son aliados necesarios.

    Entiendo que es tiempo de salir a la ofensiva cuestionando la propiedad privada desde las políticas públicas, recuperar al menos cinco conceptos y herramientas con las que el dinero público, el de todos, sea utilizado para garantizar un Estado Social Avanzado que no solo nos proteja a través de servicios públicos, sino que intervenga en la economía para asegurar una producción industrial sostenible y un sistema integral de cuidados:

    • Recuperación y creación de empresas públicas.
    • Refuerzo del Sector Público, especialmente sanidad, educación y cuidados, revirtiendo todas las privatizaciones en cada sector.
    • Participación pública en empresas estratégicas. Si la crisis amenaza la existencia de empresas pueden nacionalizarse o considerarse la compra de parte de esas empresas de modo que lo público pueda influir en sus tomas de decisión.
    • Socializar e impulsar la economía social desde las políticas públicas.
    • Avanzar en la democratización de la gestión de los bienes comunes.

    La perspectiva diferente que este siglo XXI frente a cómo la izquierda planteaba la cuestión de la función pública en la economía va más allá de la inclusión del cambio climático y las poblaciones más vulnerables a las que ésta afecta, sino que ha de incluir el feminismo, que ha venido para quedarse y para que las políticas públicas incorporen su mirada, que es la mirada de quien no quiere ser más oprimido, ni excluido, ni invisibilizado de lo económico. Políticas públicas que amplíen y desborden esa concepción profundamente reduccionista y jerarquizada de lo que se entiende por economía: esto es, el mercado, los procesos de valorización y acumulación de capital y el homo economicus.

    La regulación, la norma justa, es la herramienta perfecta, en especial contra el capitalismo digital y sus nuevas formas de explotación y para ello necesitamos estados fuertes como los que defendemos. El reverso positivo de esta es que, a su pesar, abre caminos explorables, abre brechas en el sistema que permiten hacernos preguntas sobre el futuro que desmontan los mitos neoliberales del siglo XX: podemos trabajar menos horas y menos años, avanzar en una democracia económica, en la planificación estratégica y, por qué no, en una democracia real con nuevas formas de participación. Que el acceso a la tecnología sea un derecho y que se base en conocimiento compartido será una de las luchas centrales junto al cuestionamiento de las formas de propiedad.

    La inyección de cantidades cósmicas de dinero a los mercados demuestra que dinero hay, y hasta herramientas monetarias para distribuirlo mejor. Con recursos suficientes y con capacidad para intervenir en el modelo de desarrollo económico de un país, de una región o de una ciudad, las posibilidades son infinitas para usar la enorme energía creadora que la clase trabajadora, protagonista de la lucha contra la pandemia, es capaz de generar.